En la antigüedad no bastaba ser persona para tener derechos, sino que tenías que contar con la categoría de <> para ello. Los esclavos y las mujeres no eran ciudadanos, por lo que no accedieron a los derechos principales.
En consecuencia, por muchos años, los hombres tuvieron más poder sobre los cuerpos y sexualidad de las mujeres que ellas mismas, y cuando el honor tomó un peso especial en la sociedad, recayó una gran presión sobre el rol pasivo que se asignó a las mujeres: debían mantenerse vírgenes, sumisas, ser buenas esposas y criar con excelencia a los hijos.
Al llegar las ideas de igualdad de la Revolución Francesa, los esclavos lograron ser reconocidos como iguales, pero las mujeres no.
A manera de reclamo, en 1791, Olympe de Gouges, redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana exigiendo contar con los mismos derechos que los hombres.
Esta declaración iniciaba con la siguiente frase:
➡️“Hombre, ¿eres capaz de ser justo?”
Recién unos años después, se empezaron a conceder algunos derechos a las mujeres, iniciando el largo camino por deconstruir la desigualdad entre géneros a nivel normativo, estructural y cultural.